
ARTÍCULO CINEMATOGRÁFICO
En la película "Santiago" el director João Moreira Salles consiguió cambiar su forma de hacer documentales. No es necesario conocerlo a fondo para entender que cambió su peculiar forma de dirigir, basta ver sus obras. Lo que se vio en su filmografía hasta "Santiago" fue una creciente preocupación por depurar y aplicar a su manera algunas de las reglas aprendidas de los grandes cineastas e ídolos como Jean Rouch, Robert Drew y su gran mentor, Eduardo Coutinho. En "Entreatos", su última película sobre la candidatura del actual Presidente de la República del Brasil, João parece haber radicalizado sus propias normas de hacer cine, de aquello que no se puede formular ninguna hipótesis en cuanto al rodaje sino, más tarde, en la edición. A lo largo de la candidatura de Luiz Inácio Lula da Silva, en 2002, por ejemplo, no hay imágenes del acontecimiento, ni banda sonora, nada fue filmado dos veces — tal ortodoxismo no era al azar — el director aprendió con los años que el documental, además de tratar del objeto, debe tocar también el lenguaje cinematográfico. Hasta aquí todo bien, porque lo que no le falta a "Santiago" es la preocupación del "pensar del cine". Pero ¿qué pasa con las otras reglas? ¿La voz en off no era algo del pasado, de una ya “ridiculizada” escuela inglesa del documental, anclada en Grieson y compañía? ¿Y qué hablar de la banda sonora y de los juegos de montaje? Bueno, para nosotros, João Moreira Salles siempre fue referencia en documentales brasileños.
Según la opinión de Salles para algunos sites do Brasil, él quiso hacer su propio film sin ortodoxia, preguntándose por qué realmente no podría colocar una banda sonora. Por ejemplo, si encontrara una linda música, ¿por qué no podría colocarla? Para el director de "Santiago" no existen las imposiciones o limitaciones: ¡vale todo! De acuerdo, con Salles acabaron las reglas. Todo lo que intentó eliminar en "Entreatos", lo colocó aquí, la única cosa que buscaba era no ser convencional. Y está claro que —quién haya tenido el privilegio de ver el documental lo percibe — aunque la propuesta del documental es realmente innovadora logra identificarse con el público, cosa que el director no creía.
Santiago es el nombre de la película y también del personaje. Es un documento que registra la historia de Santiago Badariotti Merlo, de origen italiano (piamontés) y ex mayordomo de la familia Moreira Salles — la familia del fallecido embajador y banquero Walter Moreira Salles, copropietario del banco brasileño Unibanco—, una familia muy rica, culta e influyente en Brasil.
Durante 30 años Santiago trabajó en la casa de la Gávea, un barrio noble de Rio de Janeiro, asegurando el brillo de las recepciones ofrecidas por el embajador durante los gobiernos dos presidentes de la republica del Brasil como Getúlio Vargas, Juscelino Kubitschek, João Goulart y Jânio Quadros, donde el director, João Moreira Salles, vivió hasta sus 20 años de edad y que hoy es una institución y centro de la referencia musical y fotográfica carioca.
El documental empieza como una película sobre el malogro de una película que no fue montada. Las imágenes fueron rodadas en 1992, cuando el director tenía 30 años de edad, pero permanecieron sin tocar durante más de 14 años. En 2005, João Moreira Salles, volvió a ellas, y solo concluyó su edición cuando tenía 44 años de edad.
Al reflexionar sobre el tiempo que se separa el rodaje de 1992 y el montaje en 2005/2006, el narrador, poco a poco, se aproximara del secreto de la película. Cuando, acometido por una crisis personal y profesional, decidió retornar a sus memorias de infancia, a la familia, a su casa y, por consiguiente, al mayordomo, “revió” todo el material que había grabado. Esta vez, con la ayuda de los montadores Eduardo Escorel y Lívia Serpa, pretendía encontrar un camino para, finalmente, organizar las imágenes de Santiago, hacerlas película. João cuenta que el comienzo resultó complicado.
Pues de esta nostálgica reconstrucción de los tiempos de la infancia y de mayor, João Moreira Salles consigue mayor madurez y consecuentemente logra visualizar otra mirada, otro punto de vista en el material que tenía guardado hacía más de una década. Las imágenes fueran hechas en dos épocas diferentes, esto es, con el intervalo de casi 14 años, cuando se acentuó en la conciencia del realizador el sentido de pérdida o, en sus palabras, el de la comprensión de que las cosas un día acababan. Pues las imágenes rodadas en 1992, inmediatamente después de la muerte de su madre, que permanecieron intocadas, se mostrarán, como sería obvio, de gran interés años después, en 2005, posteriormente a lo ocurrido, los óbitos del mayordomo y de su padre, cuando por fin fueron editadas. De acuerdo con João Moreira Salles en entrevistas posteriores, él no tenía la noción de que no hacía una película sobre Santiago sino sobre la relación de las muertes. Para el director, no había allí una relación de documentalista y de documentado. Había una relación de patrón y mayordomo, en última instancia, de jefe y criado. Según él, si es difícil visualizar esto, ya nos podemos imaginar un sujeto postrado en una silla, en el umbral de una puerta, listo para comenzar su relato acerca de los años más felices de su vida. Equipo listo, sonido, cámara… ¡acción! El sujeto levanta la cabeza y empieza a hablar. ¡Corta! "Santiago, ¿puedes volver la cabeza hacia allá? Empieza a hablar aún con la cabeza recostada". O incluso: "Santiago, no reces de ese modo, reza con las manos juntas"; "Santiago, antes de hablar, piensa en mi familia". Pues fueron con esos imperativos que João se encontró en la fase de edición. Cuando se dio cuenta, descubrió el norte para su documental. "Santiago" no sería una película sobre Santiago sino sobre cómo el cineasta no entendió al mayordomo durante aquellos cinco días, echando mano de artificios de montaje, sonido y repetición para decir lo que bien desease.
En las entrevistas, Salles cuenta que no quería oír lo que Santiago tenía que decir. Quería que Santiago dijese lo que él quería oír, que se pareciese al Santiago de su infancia, a “seu” Santiago. De ahí las órdenes, los planos repetidos. Esa relación de patrón y empleado es también una alegoría de lo que sucede a lo largo de todo la película, entre el documentalista y su objeto. Para el autor hay que tener conciencia de eso, aun cuando se filma al presidente, la palabra final siempre será de quien está con la cámara en mano.
La conexión afectiva que el director mantiene en relación a los tres personajes es el hilo conductor de la narrativa, hecha en la primera persona que recuerda, por ejemplo, cuando su madre le confiesa su admiración por los adornos florales que el mayordomo Santiago preparaba para las recepciones de la casa en la Gávea.
En las imágenes de la entrevista con Santiago, rodadas en blanco y negro, en su exiguo piso en Leblon — un barrio de Rio de Janeiro —, João Moreira Salles le pedía que hablase sobre estos adornos florales — que tal vez fuesen como los enormes centros de mesa del Renacimiento —, que, según el mayordomo, los confeccionaba bajo la inspiración de los movimientos de piezas musicales de Beethoven, de Wagner y de Bach.
“Santiago” es poesía, sensibilidad y enfoque de cualidad con fotografía y montaje. Además, no es todos los días que vemos una casa que es la misma de la historia del documental, no es todos los días que un cineasta/documentalista consigue hacer públicamente una autocrítica tan visceral y exponerla en una película y tampoco es todos los días que un director consigue, a lo mejor, concluir un proyecto de aproximadamente 15 años atrás… Además de que la lectura de las imágenes son increíbles: consiguen superar lo que imaginaba… Si la película es una "reflexión sobre el material en bruto” (como se dice en un cambio de escena), es también una reflexión sobre el tiempo, aquél de la frase de Santiago que abre este texto, el tempo que "no tiene consideración". Porque es del tiempo de lo que se vale Santiago en sus estudios de medio siglo y treinta mil páginas, sobre un pasado aristócrata todavía presente en el reloj de su apartamento. Efectivamente, es del tiempo de lo que se vale João para hacer el documental, un tiempo no muy bien perdido, sino que transcurre en 14 anos y muchos cambios.
Alega que todo lo que se ve en pantalla resulta muy personal y le falta seguridad para afirmar si alguien más se interesaría por la historia de Santiago, de él mismo — João — y de su familia (que, inevitablemente, se mezclan en la pantalla). También parece creer que las elucubraciones sobre la realización de un documental no están a la altura de muchas personas. ¿Se justifica el temor de João? Pregunta indiscreta ésta, porque solo asistiendo a la película se puede llegar a alguna conclusión. En los casi 75 minutos, lo que se ve en pantalla es una "clase" sobre los bastidores de un documental y las artimañas que un director puede realizar para conseguir lo que entiende como cierto. Todo repasado por una voz en off escrito por João, pero leído por su hermano, Fernando. Si pasan 14 o 15 años, hay que incorporar el paso del tiempo. En verdad, lo que estructuró el documental fueron estos años que quedó parado. Extraño sería si se hiciese la misma película que quería realizar en 1992. Y queda la pregunta: ¿qué cambió en el tiempo? Según João Moreira Salles, “mudó él mismo”.